El
tiempo: mi fiel aliado de toda la vida. Ya sea para bien o para mal es quien me
presenta las respuestas a todas mis preguntas.
Esas señales que tanto yo esperaba aparecen en su momento. Y voy más allá de esto, hasta me entero de
cosas que ni tan siquiera estaban contempladas en mi presente. A eso yo le llamo revelaciones.
A veces
estamos tan ciegos que ni vemos pasar la verdad frente a nosotros o
sinceramente queremos vivir en nuestra nube de perfección para “no sufrir”. Y es que podemos tener la intuición de que
hay algo raro pero aun así no sabemos distinguir entre lo que realmente vale la
pena de lo que nos atrasa. El tiempo según
va pasando hace su trabajo de chocarnos contra el muro de la verdad. La venda de los ojos se nos cae del rostro
para revelarnos a toda luz lo que no queríamos creer o lo que ni sabíamos que
era así. La confusión nos abarca con
gran desenfreno que nos deja fríos. Queremos
pensar que es realmente es sólo una fantasía pero por más que no queramos aceptarlo
esa es nuestra realidad. Consejo de oro
y que siempre debemos recordar: con el
tiempo todo se sabe.
Las
revelaciones llegan en ese momento oportuno para ver las cosas como son. No más disfraces de mentiras ni historias largas
que siempre ocultan algo. Recordemos que
no todo lo que brilla es oro y no todo lo que se dice hay que creerlo. Basta con una mirada para saber si todo es
sincero o falso. Las revelaciones son
ese pedazo de verdad que te hace entender todo lo que un pasado veíamos como
misterioso o sin sentido. Todo tiene un
propósito o un por qué. Cuando nos
encontremos en una situación así debemos verle el lado positivo y ese es el
siguiente: la verdad siempre tendrá una
mirada pura que hará que el cielo nos dé su mejor sonrisa.
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