Todos tenemos nuestros momentos difíciles. Las heridas y tristezas son la orden del día a pesar de lo positivo que hayamos pasado en el día. Cada una de esas tristezas son producto de esas situaciones que pasamos durante el trayecto de la vida. Siempre terminamos mal heridos porque el dolor se acumula y culmina en un brote de lágrimas que no se puede detener al instante. Nadie está exento del dolor, en algún momento nos tocará a todos. Esto es parte de un proceso que cada ser humano tiene que vivir para poder aprender lo bueno y malo de esta travesía llamada vida.
Nada duele para siempre, todo sufrimiento es temporal. Cada momento complicado de la vida es algo que llega de manera pasajera para ponernos a prueba. A veces nos desesperamos cuando nos topamos con cualquier tipo de situación sólo porque a la misma no le vemos una solución lógica. Los problemas vienen y van como el vaivén de las olas. Las marejadas altas son nuestras situaciones de vida y las bajas son la calma que siempre debemos tener en cuenta para mantener un balance.
¿Y cuándo culmina el sufrimiento? El fin a ese dolor lo tenemos que dar nosotros mismos porque somos quienes controlamos cada emoción que se desata en la mente y en el alma. Hay que dejar el dolor salir y que el mismo no se haga dueño de nuestro cuerpo. También hay que siempre estar abiertos a posibilidades porque de cada idea por más pequeña que sea hay oportunidad de que salga una gran solución. Dejemos a un lado la preocupación y ocupemos nuestros minutos en mantenernos optimistas ante la vida. El tiempo lo cura todo, el perdón lo damos sin pensarlo, la paz llega a nuestro ser y volvemos a ser la persona feliz que éramos antes con la única diferencia de que hemos adquirido un nivel más alto de madurez y crecimiento.
Recuerda que es ley de vida lo siguiente: Nada duele para siempre.
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